jueves, 11 de abril de 2013

Salón del Ebook: El Enigma de la Edición Digital: ¿HTML5 o ePub3?

Salón del Ebook: El Enigma de la Edición Digital: ¿HTML5 o ePub3?:      El evento de la Conferencia Mundial del Libro Digital ha concluido marcando el primer gran encuentro editorial del 2013 . M...

martes, 26 de enero de 2010

Vladímir Vysotsky



Bardo de Rusia



Vladímir Vysotsky nació en Moscú. Su padre, judío por la línea paterna y ucraniano por la materna, hizo carrera en el Ejército Rojollegando al grado de coronel; su madre, rusa, era intérprete de alemán. Sus padres se divorciaron poco después de su nacimiento y Vladímir pasa la mayor parte del tiempo con su madre, primero en Buzuluk y más tarde en Moscú. En 1946 su padre es trasladado a la base militar de Eberswalde, en la zona alemana ocupada por los soviéticos tras la Segunda Guerra Mundial (más tarde República Democrática Alemana), Vladímir se traslada a vivir con él y con su madrastra, de origen armenio, a quien Vladímir llama «tía Yevgenia».
En 1949 regresa a Moscú y en 1955 comienza a estudiar en el Instituto de Ingeniería Civil de Moscú (Московский государственный строительный университет), que abandona, tras un solo semestre, para matricularse en la Escuela Estudio Nemiróvich-Dánchenko del Teatro del Arte de Moscú (Московский Художественный Академический Театр), donde se gradúa en 1960.
En 1959 comienza su carrera profesional como actor con pequeños papeles en el Teatro Aleksandr Pushkin de Moscú.
En 1964, el director Yuri Lyubimov, que se convertiría en mentor y amigo íntimo de Vysotsky, lo invitó a unirse al popular Teatro de Drama y Comedia en el Taganka. Allí Vysotsky se hizo conocido con sus papeles protagónicos en obras como Hamlet (deShakespeare) y Vida de Galileo (de Bertolt Brecht). La compañía teatral del Taganka era víctima frecuente de la persecución del gobierno por su presunta impureza étnica y su deslealtad política, lo cual inspiró a Vysotsky a identificarse como un «sucio yid» (жид пархатый).  En esa época también apareció en varios filmes, los cuales presentaban algunas de sus canciones, por ejemplo Vertikal (la vertical), una película acerca de alpinismo.

viernes, 10 de octubre de 2008

Jean-Marie Gustave Le Clézio

EL PEZ DORADO

Quem vel ximimati in ti teucucuitla michin.
Oh, pez, pececillo dorado, ¡ten mucho
cuidado!

Son muchas las redes y trampas que te

tiende este mundo.


Cuando tenía seis o siete años, me raptaron. En realidad no me acuerdo muy bien de cómo fue, porque era demasiado pequeña y todo lo que he vivido después ha borrado ese recuerdo. Es más bien como un sueño, como una pesadilla lejana, terrible, que se me repite algunas noches y me deja alterada durante todo el día. Hay una calle blanca por el resplandor del sol, polvorienta y vacía, el cielo azul, el grito desgarrador de un pájaro negro y, de pronto, unas manos de hombre me arrojan al fondo de un gran saco y me ahogo. Lalla Asma fue quien me compró. Por eso no sé cuál es mi verdadero nombre, el que mi madre me puso al nacer, tampoco el de mi padre ni el del lugar donde nací. Lo único que sé es lo que me contó Lalla Asma: que llegué a su casa una noche y que por eso me llamó Laila, la Noche. Soy del sur, de muy lejos, tal vez de un pueblo que ya no exista. Antes de eso no recuerdo nada, sólo esa calle polvorienta, el pájaro negro y el saco. Después me quedé sorda de un oído. Fue mientras jugaba en la calle, delante de casa: una camioneta me dio un golpe y me rompió un hueso del oído izquierdo. Me daba miedo la oscuridad, la noche. Recuerdo que algunas veces me despertaba y sentía que el miedo se deslizaba dentro de mí como una serpiente fría. Ni siquiera me atrevía a respirar. Entonces me metía en la cama de mi señora y me acurrucaba contra su espalda, para no ver ni oír nada. Estoy segura de que Lalla Asma se despertaba, pero no me echó de su lado ni una sola vez; por eso para mí era como si fuera mi abuela. Durante mucho tiempo me dio miedo la calle. No me atrevía a salir del patio. Ni siquiera quería cruzar la gran puerta azul que daba a la calle, y, si trataban de sacarme afuera, gritaba y lloraba agarrándome a las paredes o corría a esconderme debajo de un mueble. Tenía unas migrañas terribles: la luz del cielo me desollaba los ojos y se me metía hasta dentro. Incluso los ruidos de fuera me daban miedo. Me echaba a temblar cada vez que, en el barrio judío, el Mellah, oía un rumor de pasos en la callejuela, o una voz fuerte de hombre al otro lado de la pared. Pero me gustaban mucho los gritos de los pájaros al amanecer y los chirridos de los vencejos en primavera volando al ras de los tejados. En esta zona de la ciudad no hay cuervos, sólo palomos y palomas. Y a veces, en primavera, algunas cigüeñas de paso que se posan encima de una tapia y hacen tabletear su pico. Durante años no conocí otra cosa que el pequeño patio de la casa y la voz de Lalla Asma gritando mi nombre: «¡Laila!». Como he dicho antes, no sé cuál es mi verdadero nombre, pero me he acostumbrado al que me puso mi señora, como si fuera el que mi madre eligió para mí. Pero también pienso que algún día alguien me llamará por mi verdadero nombre y que entonces me estremeceré y lo reconoceré. Lalla Asma tampoco era el verdadero nombre de mi señora. Se llamaba Azzema y era judía española. Cuando estalló la guerra entre los judíos y los árabes, en el otro extremo del mundo, fue la única que no abandonó el Mellah. Se encerró detrás de la gran puerta azul y renunció a salir. Hasta que una noche llegué yo y todo cambió en su vida. Yo la llamaba unas veces «señora» y otras «abuela», porque ella fue quien me enseñó a leer y a escribir en francés y en español, me inició en el cálculo y la geometría y me transmitió las bases de la religión —de la suya, en la que Dios no tiene nombre, y de la mía, en la que se llama Alá—. Me leía pasajes de sus libros sagrados y me enseñaba todo lo que no había que hacer, como soplar sobre lo que uno va a comer, poner el pan al revés o limpiarse las partes íntimas con la mano derecha. Me decía que había que decir siempre la verdad y lavarse todos los días de pies a cabeza. A cambio, yo trabajaba para ella de la mañana a la noche en el patio, barriendo, cortando leña para el brasero o haciendo la colada. Me gustaba mucho subir a la azotea a tender la ropa: desde allí veía la calle, las azoteas de las casas vecinas, la gente que pasaba, los coches, e incluso, entre pared y pared, un trozo del gran río azul. Desde allí arriba los ruidos me resultaban menos terribles. Me parecía estar fuera del alcance de todos. Cuando me quedaba demasiado tiempo en la azotea, Lalla Asma gritaba mi nombre desde la gran habitación llena de almohadones de cuero en la que permanecía todo el día. Me daba un libro para que leyera o bien me hacía dictados y me preguntaba cosas de las lecciones anteriores. Como recompensa, me dejaba quedarme con ella en la sala y me ponía los discos de sus cantantes preferidos: Um Kalsum, Said Darwich, Hbiba Misika, y sobre todo Fayruz, con su voz grave y ronca, y la hermosa Fayruz Al Halabiyya, que canta Ya Kudsu, y, cada vez que oía el nombre de Jerusalén, Lalla Asma se echaba a llorar. Una vez al día, la gran puerta azul se abría y entraba una mujer morena y flaca que se llamaba Zohra y no tenía hijos. Era la nuera de Lalla Asma, que venía a cocinar un poco para su suegra y sobre todo a inspeccionar la casa. Lalla Asma decía que la inspeccionaba como si fuera un bien que heredaría algún día. El hijo de Lalla Asma, Abel, venía con mucha menos frecuencia. Era un hombre alto y fuerte y siempre iba vestido con un elegante traje gris. Era rico, dirigía una empresa de obras públicas, trabajaba incluso en el extranjero, en España y en Francia. Pero, por lo que contaba Lalla Asma, su mujer le obligaba a vivir con sus suegros, una gente insoportable y vanidosa que prefería la ciudad nueva, en la otra orilla del río. Siempre desconfié de él. Cuando era pequeña, me escondía detrás de las cortinas en cuanto lo veía llegar. Él se reía y decía:

—¡Qué salvaje!

Cuando me hice mayor, todavía me daba más miedo. Tenía una forma muy especial de mirarme, como si fuera un objeto que le perteneciera. Zohra también me daba miedo, pero de otra manera. Un día, al ver que no había barrido el polvo del patio, me pellizcó hasta hacerme sangre.

jueves, 9 de octubre de 2008

Nobel de Literatura 2008
¿Qué sería de nosotros, sin los escritores? ...

Este año, el premio recae "una vez más" en un escritor francés y ya son 14 los galardonados; sinceramente no tenía ni idea de la existencia de este "tío" pero al ir documentando este texto, pienso que lo incluiré entre aquellos que algún día debo "conocer".

En la actualidad reside en México y ha escrito más de 50 libros. Proviene de una familia bretona emigrada a Isla Mauricio en el siglo XVIII y ha recibido ya numerosos premios: Premio Renaudot -que obtuvo por su primer libro, 'Le Procès Verbal'-, Premio Paul Morand en 1980 y elegido en 1994, mejor escritor frances vivo. 'La fiebre', 'El éxtasis material', 'Tierra Amada', 'El libro de las huidas' y 'La guerra' son algunas de las obras del nuevo Nobel de Literatura que en 2008 ha publicado su último libro, 'Ritournelle de la faim'.

Le Clézio no estaba en las quinielas de los favoritos para el Nobel, dotado con 10 millones de coronas (aproximadamente un millón de euros), que recibirá el 10 de diciembre en Estocolmo. "Siempre es posible la comunicación", sostiene quien es considerado el mejor escritor francés vivo. En sus relatos suele haber problemáticas y reflexiones familiares, "... al principio escribía como si no tuviera familia. Mi familia podían ser los libros o la gente que encontraba en la calle. Después quise agrandar la familia. Escribir es una forma de agrandar mi familia. Necesitaba más amor, salir de la soledad."

"Esta bien escribir novelas, porque cambias de personalidad, te conviertes en otra persona. Es delicioso cambiar de personalidad totalmente; meterse en la piel de alguien de otra época, de otro sexo e identificarse completamente con esa persona", añade el escritor al hilo de su nueva novela Ritournelle de la faim, (El estribillo del hambre) que se publica estos días en Francia.



Es la primera vez que un autor francés gana el Nobel de Literatura desde 2000, cuando le fue otorgado al escritor chino Gao Xingjian, refugiado político en Francia que adquirió la nacionalidad francesa. El escritor francés Claude Simon también ganó en 1985.

La fase final del premio de este año se ha visto envuelta en la controversia después de que el secretario permanente del comité del galardón dijera la semana pasada que Estados Unidos estaba demasiado aislado y no participaba en el "gran diálogo" de la literatura.

Esto generó una tormenta de airadas respuestas de escritores y críticos en Estados Unidos. La última vez que un estadounidense ganó el premio fue en 1993 cuando recayó en el novelista Toni Morrison.

Le Clezio dijo el jueves: "No creo que se pueda decir que la literatura americana es algo, porque adopta muchas formas".




viernes, 12 de septiembre de 2008

Decálogo del diseñador concienciado

1

El diseño es para todos. El estilo no puede nunca anteponerse a los criterios de usabilidad. La forma sigue a la función. Hay que hacer que las cosas sean fáciles para el lector, el viandante, el pasajero, el consumidor.

(Por eso los diseñadores gráficos siempre escogemos las letras más adecuadas, y nunca los alfabetos de difícil lectura aunque estén de moda. Jamás los aplicamos en cuerpos pequeños: los empleamos en grande y con los colores adecuados para que todo el mundo pueda leerlos.
No diseñamos páginas con jerarquías confusas. Por ejemplo, no situamos nunca los pies de foto lejos de las ilustraciones o en la parte final de la obra, no ponemos elementos innecesarios, escogemos formatos y encuadernaciones manejables, archivables y que duren en el tiempo. Diseñamos siempre pensando en hacerlo todo cómodo para todo el mundo.)

2

El diseño tiene que ser sostenible. Sólo tenemos un planeta y la especie humana está malgastando los recursos con un consumo descontrolado.

(Por eso rechazamos encargos donde nos proponen soluciones poco sostenibles o tiradas excesivas. No aceptamos diseñar productos absurdos como los libros de “mesa de café”. Nunca diseñamos con formatos caprichosos, fuera de los estándares en los que se optimiza el consumo de papel. Tampoco diseñamos para imprimir tintas especiales, barnices, laminados contaminantes o no reciclables. Últimamente apenas diseñamos papelerías comerciales ya que sabemos que el 90% de la comunicación se realiza a través de mensajería electrónica.)